Expertos reflexionaron sobre la educación superior de calidad en América Latina
En el año en que se celebra el centenario de la Reforma Universitaria de 1918 y previo a la Conferencia Regional de Educación Superior de América Latina y el Caribe 2018 (CRES 2018) que se desarrollará en la ciudad de Córdoba, más de 20 especialistas de diferentes países de América se reunieron en la Facultad de Ciencias Sociales con el objetivo de reflexionar acerca de cómo se desarrolla el proceso de internacionalización y de educación online, la relación entre los procesos de evaluación y los estándares de calidad, y sobre los perfiles de las universidades de investigación.
En la apertura de la jornada Diálogos sobre la Educación Superior en América Latina, el rector de la UP Ricardo Popovsky, expresó que “estamos en un punto de inflexión de la historia humana” en relación a los efectos de los avances tecnológicos en el mundo del trabajo, en las formas de interacción social y consecuentemente en la educación.
“Es sabido que con internet, las redes sociales, la inteligencia artificial, la robótica y las tecnologías cognitivas, el mundo del trabajo está cambiando, se crean nuevos bienes y servicios y surgen nuevas profesiones al tiempo que otras desaparecen”. En ese sentido Popovsky expresó que “nadie mejor que el sistema educativo para enfrentar los enormes desafíos que acarrean estos cambios para formar a los trabajadores y profesionales para el nuevo ecosistema”. Es por eso que en el nuevo contexto, “es hora que la universidad adopte modelos más ágiles y flexibles que faciliten la incorporación de nuevos avances y los cambios requeridos en el empleo y las profesiones”, dijo el rector.
“Más que enseñarnos habilidades que las máquinas podrán reemplazar, la educación debe enfocarse en formar una mente creativa con la elasticidad para crear, difundir y producir valor para la nueva sociedad”, agregó.
Con una mirada optimista Popovsky dijo “los cambios en el entorno impulsan cambios en la universidad, en sus actividades y también en su organización” y “las nuevas tecnologías abren posibilidades inmensas para mejorar la calidad”. Aseguró que “es probable que en el futuro todas las universidades adopten modelos híbridos, que combinen lo presencial con lo online” y enfatizó en la necesidad de “imaginar modelos organizacionales distintos de los jerárquicos tradicionales” que faciliten “la interacción entre cátedras conformadas por redes integradas por académicos y especialistas funcionales”.
Del evento organizado por Liz Riesberg, investigadora del Boston College, participaron entre otros: Francisco Marmolejo, coordinador del programa de educación superior del Banco Mundial; Simón Schwartzman investigador en el Instituto de Estudios de Trabajo y Sociedad en Rio de Janeiro; Salvador Malo, director general de Educación Superior Universitaria en la Secretaría de Educación Pública de México, Daniel Samoilovich, director de la Asociación Columbus en Francia; y lo especialistas argentinos Ana Fanelli, Carlos Marquis, Mónica Marquina, Marcelo Rabossi, Dante Salto y Adolfo Stubrin.
Francisco Marmolejo, uno de los conferencistas del evento, coincidió con Popovsky sobre el impacto real de la tecnología en la sociedad y que “sería inocente pensar que la universidad es inmune y más aún que lo que tenemos que hacer es resistirlo”. “El grado de desarrollo tecnológico está logrando una convergencia entre tecnologías digitales, físicas y biológicas que lleva a una nueva reconformación del concepto de conocimiento y empleo”, expresó el representante del Banco Mundial.
Si bien el experto afirmó que “el escenario actual a nivel global es fértil para una nueva y mejor educación superior” planteó dos temas fundamentales a resolver en la región, la necesidad de trabajar para lograr “acceso con equidad” y acciones que permitan bajar “la alta deserción”.
Para Marmolejo, lo preocupante del contexto, es que al mismo tiempo que vivimos en una economía global, basada en la tecnología, el conocimiento y la información “hay desigualdades persistentes” que también las vemos en la educación superior y que “existen desequilibrios en términos de retorno de la inversión”. Pero instó a invertir en educación superior porque no se trata solo de dinero y empleo sino que “la educación superior es un propiciador fundamental del desarrollo social” porque equipa a las personas en “mayor responsabilidad cívica”, en “mejores hábitos de salud”. En suma “es formación para la vida”.
Sobre el futuro de las universidades en la región dijo que “la paradoja de nuestro tiempo es que las instituciones de educación superior, en teoría, son el mejor laboratorio social de cambio pero hay en la región una significativa capacidad de inhibir esta tendencia”. “Es necesario pensar en una mejor diversificación de nuestro sistema de educación superior, una mejor articulación al interior del sistema en su conjunto, más flexibilidad, y no enfocarse sólo en el acceso sino también en la relevancia y titulación oportuna”.
Para el experto hace falta “pensar más allá de lo convencional, buscar nuevos paradigmas”. “Las IES tienen la oportunidad de hacerse más internacionales pero más comprometidas con su comunidad local, más flexibles, innovadoras, emprendedoras, con menos aversión al cambio y más colaboración hacia adentro y afuera”, sugirió.
Recomendó también “más y mejor información y mayor transparencia en el sistema de educación superior en la región, la necesidad de incentivos más efectivos tanto para instituciones como para estudiantes y el reconocimiento de la necesidad de regulación en el sistema”.
“El triángulo virtuoso que debe darse es garantizar un mayor acceso con equidad, asegurar que los estudiantes que entren se queden, que lo que aprendan sea significativo y que salgan en el tiempo en que tienen que irse”, concluyó.
Calidad, investigación, gobernanza
El evento, que ya se realizó en 2016 en la Universidad del Norte de Colombia, estuvo organizado en conferencias y talleres que propiciaron el diálogo activo entre los participantes.
Uno de los ejes de los debates fue la relación entre la acreditación y la calidad. Para Liz Riesberg “la acreditación no da lugar a la innovación” y “no hay integración entre los procesos de acreditación de carreras e instituciones”.
Mónica Marquina, directora ejecutiva del Programa de Calidad Universitaria de la Secretaria de Políticas Universitarias de la Nación, destacó como “positiva” la experiencia argentina de la instalación de los sistemas de evaluación y acreditación que se incorporó a la cultura de las instituciones universitarias. Y planteó “tensiones” que se dan en el ámbito del par evaluador, del Estado y del mercado para pensar círculos más virtuosos, mejores actores y mejores instituciones.
Salvador Malo, máximo responsable del área universitaria en México, ahondo sobre las virtudes del proceso de internacionalización del currículo como vía para la transformación de la educación superior, a su vez consideró que “las instituciones deben ser responsables de la calidad” y resaltó la responsabilidad del Estado de exigir a las instituciones los indicadores con los que miden dicha calidad.
Otros aspectos como la pertinencia de la educación superior a su entorno y la relación entre gobernanza y universidad exitosa atravesaron los diálogos. Si bien Liz Riesberg, la investigadora del Boston College, indicó que “hay una brecha entre la universidad y su entorno”, Adolfo Stubrin planteó que “la universidad está muy condicionada por la lógica del mercado” y “deben estar articulados pero siempre son dos esferas distintas”. Daniel Samoilovich, consideró que la gobernanza tiene el rol de “atraer talento” y de tener una “visión convergente”.
En el taller de investigación y producción de conocimientos, Carlos Marquis, investigador del CONICET en UNSAM; Simón Schwartzman, investigador en el Instituto de Estudios de Trabajo y Sociedad en Rio de Janeiro y Ana Fanelli, investigadora principal del CONICET en el CEDES, abordaron el “mandato” que reciben las casas de altos estudios por tener que realizar investigación. También observaron la relación entre la investigación y la enseñanza, destacando “la ausencia de evidencia empírica que demuestre que haya complementariedad entre enseñanza e investigación”, aunque si la hay entre “investigación de cátedra y enseñanza”. Se plantearon interrogantes sobre si todas las universidades en América Latina deben investigar, si tendríamos que ir en la región hacia una política, como en otros países, que concentre los fondos en centros de investigación, y cómo atraer fondos del sector público y privado para que financien investigación.
Los especialistas estuvieron de acuerdo en que toda universidad tiene que tener investigación pero no todas las carreras ni todos los docentes. La pregunta acerca de si los sistemas públicos y privados de educación superior son complementarios o competidores también fue una cuestión debatida en el encuentro.
“Los Estados utilizan el sector privado muchas veces para defender la condición de elite y también en momentos de crisis fiscal como forma de aliviar el peso financiero”, explicó el economista Marcelo Rabossi.
Reveló que en América Latina el modelo predominante es el de Argentina y Uruguay donde dos de cada ocho o diez alumnos va al sector privado, a diferencia de Brasil que, en promedio, tiene cierta paridad público-privada, y la otra particularidad de Brasil es el sector con fines de lucro que en nuestro país está prohibido.
Por otra parte, la expansión del sector privado en Argentina ha sido limitada y para Rabossi “no fue alentado como en otros países, sino más bien tolerado”. Consideró que si bien puede considerarse como una restricción también “ha generado una cierta legitimación cuidando la calidad”.
Por su parte, el especialista uruguayo Pablo Landoni prefirió pensar en las razones que pueden llevar a la colaboración entre sectores a nivel nacional, por ejemplo desarrollar programas de posgrados en conjunto porque en el país no hay recursos suficientes en una institución sola. También proyectos de investigación conjunta de académicos de distintas instituciones. En este sentido Popovsky coincidió en “debemos salir de la dicotomía entre universidades públicas o privadas, que por cierto ya es vieja, para distinguir entre las universidades buenas de las malas como un criterio valido de diferenciación”.
Los expertos coincidieron en que una universidad de calidad es aquella que se vincula y adapta a su entorno, y pensar en la universidad del futuro es hacerlo en términos de nuevas formas de relación e interacción basadas en las posibilidades que ofrece la tecnología.