La Universidad
Manual del Rector
- Descripción del libro
- Sobre el autor
- Presentación en la UP
Henry Rosovsky ofrece una visión inteligente y vivaz de las instituciones de educación superior norteamericanas, su forma de gobierno y los retos que confrontan. El libro dedica una consideración especial a cada uno de quienes se sienten sus “propietarios”: estudiantes, profesores, ex alumnos y juntas de administración, entre otros. Rosovsky brinda sus consejos a los agobiados administradores sobre cómo responder a preguntas desconcertantes, cómo solicitar donaciones y sobre otras destrezas igualmente valiosas.
A partir de su propia experiencia en la Universidad de Harvard, Rosovsky desarrolla una descripción sobre el sistema de Educación Superior en Estados Unidos, más puntualmente sobre las universidades de investigación. La obra invita a pensar, a partir de este caso, sobre los posibles caminos para generar una universidad de calidad.
Este libro desarrolla gran cantidad de información sobre el sistema de Educación Superior en Estados Unidos, sobre todo en lo referido a las universidades de investigación, específicamente el caso de la Universidad de Harvard. Es una vía interesante para comprender el modelo de una de las mejores universidades del mundo, a través de las experiencias del propio autor como decano de la Facultad de Artes y Ciencias de esa institución.
Con una mirada muy personal, Rosovsky aborda las diferentes facetas de la gestión a partir de lo que considera el “deber ser” de la universidad. Aunque respeta la diversidad de modelos institucionales, el autor enfatiza su creencia en que las funciones esenciales de la universidad son la enseñanza y la investigación.
La obra comienza con cuatro preguntas esenciales: ¿A quién admitimos? ¿Qué enseñamos? ¿Cómo seleccionamos a los profesores? ¿Cómo nos gobernamos a nosotros mismos? A partir de ellas, rastrea las características que hacen de la Universidad de Harvard una institución de excelencia. Salvando las particularidades de esa entidad, el autor comprarte sus vivencias para reflexionar sobre los planes de estudio, el grado de excelencia del personal docente y las formas de gobierno, ofreciendo un camino posible para construir una universidad de calidad.
Henry Rosovsky
Decano de la Facultad de Artes y Ciencias de la Universidad de Harvard / 1973-1984
Realizó estudios de grado en el College of William and Mary (BA, 1949) y obtuvo su Ph. D en Economía en Harvard University (1959). Fue profesor de la Universidad de California (Berkeley), para luego regresar a su alma máter. En la actualidad es profesor emérito del Departamento de Economía en Harvard, sus campos de especialización son la historia económica y la educación superior.
Fue decano de la Facultad de Artes y Ciencias de la Universidad de Harvard entre 1973 y 1984, y entre 1990 y 1991. Desde 1985 a 1997 fue miembro del Board de la Harvard Corporation, su máximo órgano de gobierno, y estuvo a cargo de la presidencia de la universidad en 1987.
Los especialistas en educación superior, Ana María García de Fanelli y Carlos Pérez Rasetti, participaron de la presentación de “La universidad”, que se realizó en al auditorio de la Facultad de Ciencias Sociales con la coordinación de la periodista Raquel San Martín.
Una de las ideas que presenta el autor en su libro es que las universidades cumplen su función social si ofrecen calidad en lo académico y en la investigación. ¿Qué opinan al respecto?
Ana Fanelli:
El libro presenta una visión muy personal de la universidad, con algunos límites para aplicar al caso argentino, uno de ellos es que es una respuesta a una serie de interrogantes que se plantean desde una universidad de investigación, considerada una de las tres mejores del mundo. El autor se pregunta: ¿Cómo logramos una universidad de alto nivel y calidad?, ¿qué tenemos que hacer? Tener docentes de tiempo completo, todos con doctorados, tener procesos de selección muy desarrollados… Puede ser, pero estas son hipótesis, la respuesta que ofrece Harvard obviamente es en el contexto específico de esa universidad.
Uno de los puntos que aborda Rosovsky, y que constituyó uno de los elementos importantes en la transformación de la universidad, es la reforma del currículum de Harvard en los años ´80. Lo que el autor plantea es la necesidad de tener un primer año en el que se trabajen algunos temas genéricos antes de entrar en la especialización. Además de este punto, indaga en torno a esta pregunta: ¿cómo formar una universidad de alta calidad? La respuesta la da centrándose en el tema docente. Cuando Rosovsky analiza los rankings de Estados Unidos y la posición relativa de Harvard con respecto a otras universidades, uno de los aspectos que menciona como relevantes es la cantidad de donaciones, el aspecto del financiamiento de la institución; pero a continuación dice: “Un indicador mucho más confiable del status es el grado de excelencia del personal docente, que determina casi todo. Un buen docente atraerá buenos estudiantes, subvenciones, apoyo de ex alumnos, y reconocimiento nacional e internacional. El método más efectivo para aumentar la reputación es mejorar la calidad de los profesores.” En este punto quisiera detenerme muy vehementemente porque creo que es también bastante relevante para el contexto argentino. Cuando Rosovsky se pregunta cómo conseguir tener estos buenos docentes, la respuesta que da es centrada en tres temas: 1. La institución del tenure: contratos vitalicios, 2. la competencia dentro de las instituciones y también dentro del cuerpo de docentes, y 3. la fijación de salarios. Con relación al primero, en los últimos años, sobre todo a partir de los ´80, hay una discusión muy importante en la literatura anglosajona, con respecto a si es válido, desde el punto de vista de la eficiencia, la calidad y la productividad de la universidad, que los docentes gocen de este beneficio. El tenure consiste en que después de un período que va entre los 7 y los 10 años en la institución, se les otorga a los profesores un contrato de por vida. Hay muchos que critican esto, sostienen que, una vez que se obtiene el tenure, se acaban los incentivos para seguir mejorando. Rosovsky hace una defensa fuerte de esta modalidad. En las universidades privadas existen todos los casos, están las universidades que contratan por períodos, las que designan con cierta estabilidad, pero en la mayoría no hay una incorporación que sea de tipo definitivo. Estas cuestiones son analizables porque tienen sus pros y sus contras. Pero cuando uno lee cómo defiende Rosovsky este modelo se pone a pensar si no hay algo de esto que nos pueda ser útil.
El autor critica fuertemente el cogobierno en las universidades como sistema: ¿qué problemas le encuentran ustedes al cogobierno de la universidad en la Argentina?
Ana Fanelli:
El sistema de cogobierno en las universidades públicas se dio históricamente en la Argentina. En sí mismo me parece que es un sistema adecuado. Después se fue desvirtuando, porque los graduados pasaron a ser ese otro grupo que no tenía representación dentro de los profesores, que eran los docentes auxiliares o interinos. Las cuestiones problemáticas que se plantean en el caso argentino son por mal funcionamiento del sistema de cogobierno, en la representación de cada estamento, porque todos son importantes en la universidad y pueden ayudar a la mejora de su gestión, pero se han mezclado las políticas académicas con las políticas de los partidos, y esto ha sido uno de los problemas principales. Otro de los temas a discutir es la proporción de docentes y de estudiantes que conforman el cuerpo de gobierno. Aquí concuerdo con Rosovsky: el estudiante está menos tiempo en el sistema, su paso por la institución es más transitorio, mientras que el docente permanece por mucho tiempo, y su grado de compromiso tal vez es mayor. El otro tema que también está presente es que el gobierno de una universidad no es un gobierno político, sino que apunta a llevar a la institución a cumplir su función. Lo que uno trata de buscar es quiénes son los que más saben en cada uno de los temas para tomar las decisiones adecuadas. En esto me gusta el modelo francés, que crea organismos colegiados, pero diferenciados de acuerdo a los temas. Cada tema y nivel tiene que ver con el grado y nivel de compromiso en la toma de decisiones. Difícilmente un alumno de grado puede opinar sobre el posgrado. Pero sí sería interesante que en nuestro sistema de cogobierno los alumnos de grado y de posgrado tuvieran algo para decir.
Carlos Pérez Rasetti:
Hace dos años me tocó participar de un plan de reformas en una universidad, y sugerimos que los Departamentos en los que no hay estudiantes de grado no tengan representación estudiantil, y que votaran sólo en la coordinación de las carreras, donde sí están involucrados. ¡Casi nos llevan a la hoguera! Hay una exageración en la relación entre lo que es la representación política de la sociedad y la representación política de la universidad, que tiene otro carácter. La sociedad argentina, el Congreso, la Asamblea Constituyente eligió este modo para manejar la universidad porque le pareció lo mejor.
Otros países muy democráticos lo hacen de otro modo. Es una opción funcional. No encuentro mal el cogobierno para manejar un tema tan delicado como es la autonomía, en términos de estas instituciones que tienen hegemonía en cuanto a lo que el Estado maneja en materia de ciencia y formación superior. Son temas delicados y me parece mejor que sea una comunidad académica la que los conduzca, y no una persona, dos o tres. ¿Qué problemas le veo al cogobierno? Es muy difícil resolver prioridades en un sistema de cogobierno. Decidir por ejemplo prioridades de investigación, se resuelve finalmente que todas son prioridades. El segundo problema que veo es que hay una gran dificultad para cambiar. Porque los organismos colegiados tienden a legitimar y perpetuar el mecanismo de poder que los originó. Se da así naturalmente. No es que no haya pasado nunca, pasó por crisis muy fuertes, o por liderazgos, o a veces porque un sector universitario adhiere a un partido político. No me parece mal, en la medida en que tenga una propuesta universitaria para llevar adelante. La reforma política del ‘18 no se hubiera dado si no había una consonancia política entre el gobierno nacional y los estudiantes que salieron a la calle en Córdoba. Así que no me parece pecaminoso que haya coherencia política en la medida en que sea eso, coherencia política, y no aparato. Me preocupa más cuando los sectores políticos se autonomizan y se convierten en defensores políticos de su propio privilegio dentro de la universidad. La universidad existe para cumplir una función que está fuera de la universidad.
Voy a citar a Jaques Derrida que, comentando el libro de Kant sobre el conflicto de las Facultades, dice: “La fundación de la universidad no es un hecho universitario. El aniversario sí”. Es decir, cuando se funda una universidad hay un hecho político.
Muchas veces, adentro de la universidad, nos vamos olvidando de que tenía una función social. A nuestro cogobierno le cuesta muchísimo incorporar esa referencia externa para orientar la política universitaria.