Trasfondo y contexto de una baja de tasa (en EEUU) y una devaluación (en China)

Trasfondo y contexto de una baja de tasa (en EEUU) y una devaluación (en China)

Por Marcelo Cantelmi*

Entre fines de julio y comienzos de agosto se produjeron dos movimientos sin precedentes desde la gran crisis económica y financiera de 2008. Estados Unidos bajó la tasa de interés que ha mantenido en ascenso desde 2015 de la mano del auge de la economía. Poco después, la República Popular de China devaluó por primera vez en once años el yuan con una corrección mínima pero que produjo un terremoto en los mercados occidentales. Ambos sucesos están conectados con la guerra comercial y ahora monetaria lanzada por la Casa Blanca contra el imperio asiático. Estos dos ensayos, titulados ambos con el mismo concepto de un nuevo re cálculo, tanto primero de la tasa como luego de la moneda china, intentan analizar los trasfondos de las medidas, el impacto que han tenido, pero esencialmente describir un mundo contemporáneo cada vez más vulnerable.

1. Recalculando, ¿Qué es esto de que bajen las tasas?

La baja de tasas dispuestas por la Reserva Federal por primera vez en once años no parece haber sido percibida adecuadamente por el mercado y los analistas. Después veremos si importa el tamaño del recorte. Pero mucho o poco, lo que expone esta decisión es un cambio radical en el sistema cuyas consecuencias aún son difíciles de valorar. Podría haber ocurrido con cualquiera que ocupe la presidencia norteamericana. Pero es cierto que el perfil disfuncional de la administración de Donald Trump contribuyó a acelerar este giro que configura el final de un ciclo.

El movimiento de las tasas de interés es una herramienta para influir en un espacio muy poco científico como es el de la economía. Hay ciertas fantasías y como tales exageradas, respecto de la independencia técnica de quienes manejan esos porcentajes e incluso sobre su eficiencia. La FED, que el mundo observa con razón como la llave maestra de las finanzas globales, tiene más dependencia de lo que se admite con los mercados y con la propia Casa Blanca que tiñen sus decisiones.

El recorte de los tipos importaba a Wall Street y a la Casa Blanca aunque por razones diferentes. Trump lo ha venido reclamando como la munición para una guerra monetaria que busca agregar a la comercial, para beneficiar sus exportaciones frente a europeos y chinos, los bloques con lo que Washington se reparte el mundo. El mercado, porque observa que el sistema de acumulación esta comenzado a perder impulso, en gran medida como consecuencia de las medidas proteccionistas adoptadas por Washington que frenan la economía global y también la de EEUU.

La intensidad de esos reclamos se mide por la frustración que recogió el cauto ajuste de 0,25% y el comunicado en el cual la FED no niega pero tampoco afirma que seguirán las bajas. La Bolsa norteamericana protestó con una caída en la primera jornada de agosto. Y Trump, con sus tweets y la sorpresiva amenaza de más aranceles, esta vez de 10% sobre el resto de las importaciones norteamericanas de China, una medida inoportuna, adoptada en medio de negociaciones bilaterales, que escaló el rechazo generalizado del empresariado de EEUU hacia estas políticas.

Trump es una incógnita para estos operadores. Steve Hanke, economista de la John Hopkins y del instituto Cato, reflexiona resignado: “Tenemos un presidente que es un hombre de negocios y la mayoría de los hombres de negocios no tienen ni idea sobre la economía internacional”.

La economía capitalista experimenta ciclos largos y cortos, ondas según otra terminología, un movimiento que sistematizó el economista ruso Nikolái Dmitrievich Kondrátiev quien acabó en Siberia fusilado por orden de Stalin, convencido de que el capitalismo estaba por sucumbir y no había nada que discutir.

Los últimos once años de tasa nula o de moderada subida marcaron una curva persistente de acumulación para el sistema que es lo que ahora está culminando. ¿Un ciclo corto? En 2008 se producía la mayor crisis económica financiera global de este presente. En aquel momento el notable Ben Bernanke, al frente de la FED, bajó las tasas a un histórico cero por ciento. Al mismo tiempo dio paso a una inyección de capitales en el mercado para estimular una economía clavada en la peor recesión desde la gran depresión del 29. Esa fórmula llamada quantitative easing fue emulada luego, aunque tardíamente, por la Unión Europea para aliviar su parte de esta fenomenal crisis que marcó técnicamente el inicio del siglo que transcurrimos.

La baja de tasas se decide, precisamente, cuando las circunstancias no son amables. Y en esa observación comienza el debate. La medicina de Bernanke dio resultado. El país se recompuso y a lo largo de ese lapso la FED subió nueve veces los tipos, cuatro en 2018 hasta que clavó los frenos este año.

EEUU tiene hoy una economía fuerte, un desempleo récord en medio siglo y la confianza de los consumidores se mantiene alta. Pero no todo lo evidente es lo que parece. Los analistas esperan nuevas bajas de la tasa, al menos dos hasta la última reunión del año en la primera quincena de diciembre que llevaría los tipos a entre 1,50 y 1,75% según un sondeo de la FedWatch de la inversora CME. Sonrisas en el espacio emergente que recibirá un poco de viento de cola sobre todo los productores de commodities como Argentina.

El rango actual quedó entre 2,00 y 2,25%. Esos números revelan que el organismo tampoco tiene demasiadas balas en la recámara para actuar si los pronósticos sombríos que se han ido multiplicando se confirman en el mediano plazo. Ahí radica una de las razones de ese primer paso modesto. Las otras se combinan con satisfacer las presiones antedichas de la Casa Blanca y de Wall Street. Dentro de la FED este dilema crea tensiones. La medida no fue unánime. De los diez funcionarios con derecho a voto, resume elEconomista.es, “dos halcones como, la presidente de la FED de Kansas, Esther George, y su colega de la FED de Boston, Eric Rosengren, se opusieron”.

Un listado breve de lo que puede alimentar las expectativas de nuevas bajas comprende la inminente recesión en Europa que avanzó entre abril y junio un escuálido 0,2%; el efecto destructivo del Brexit británico agravado con la llegada al poder de Boris Johnson y la moderación del crecimiento de China (una décima menos que en 2018) y la del propio EEUU que baja un punto trimestre contra trimestre (2,1% desde 3,1) en valores anuales.

Esta opacidad nace especialmente de las guerras comerciales. En EEUU crece el vozarrón de las cámaras de consumidores e importadores que denuncian que los aranceles los pagan los norteamericanos en un 90%, noción que Trump, acostumbrado a la posverdad, convierte en fake news. No es solo imprudencia lo que motiva esta conducta. Es la arquitectura de campaña que eligió el presidente para intentar la reelección en 2020. La intención de asegurar el voto que lo llevó a la Casa Blanca pivota entre la construcción de China como un enemigo gigante y tenebroso que alimente la sencillez de su relato y las dosis de racismo y xenofobia que inyecta a su discurso para agigantar la grieta entre los norteamericanos.

Lo cierto es que la realidad comienza a no mostrarse tan dócil. La inflación que sigue planchada, un argumento en la decisión de la FED, es una calamidad que cruza también a Europa y se motiva en que, aunque hay más empleo, el gasto no crece debido a que el salario no mueve ese resorte. Kondrátiev, justamente, entendía que la deflación se suele producir durante las recesiones del ciclo, o cuando está por suceder. En el caso norteamericano, además, se agota el efecto del recorte de 1,5 billones de dólares (millones de millones) en impuestos que impuso Trump al comienzo de su gobierno que benefició casi exclusivamente a la parte superior de la pirámide.

Existe otro problema con características históricas. La extendida peste de las tasas negativas de los bonos gubernamentales o corporativos abrió un agujero negro en los mercados financieros. Este problema involucraba este mes de junio a poco más de 13,74 billones de dólares (millones de millones), si la cifra es alta, aún más impacta que se duplicó desde diciembre. No hay precedentes de un fenómeno de estas características.

En términos sencillos significa que cuando el papel madura su tenedor recibe menos de lo que invirtió. Es un comportamiento que rompe la regla del sistema sobre que el tiempo de inversión debería ser directamente proporcional a la ganancia. Esta rareza se une a otra también inquietante. Al revés de lo que debería ocurrir, es mayor la renta en plazos más cortos que largos, indicador de pérdida de confianza en el futuro. Expansión, estancamiento y recesión eran los ciclos de Kondrátiev. ¿Por cuál andará el mundo real?

2. Recalculando, ¿qué es esto de que China devalúe?

Hace ya casi un cuarto de siglo, el economista de Harvard y el MIT, Lester Thurow, pronosticó que La guerra del siglo XXI, el título de su más celebrado libro (Head to head en el original inglés) sería sin muertos, con los rivales disputando espacios comerciales. La historia no fue muy amable con esa profecía, entre otros aspectos porque este analista supuso que ese mundo futuro sería batallado entre EEUU, Europa y Japón. Aparte de que las balas no se detuvieron, más bien al contrario, y no estaba en el mapa el estrechamiento de Japón, la recesión europea y la mejora impresionante de la posición estratégica de China, hoy sin embargo la realidad muestra que muchas de las ideas de Thurow venían por el camino correcto. Aunque lo hicieran por un desfiladero.

El choque entre China y EEUU es precisamente un colosal litigio por espacios comerciales. La buena noticia es que estas disputas hace no tanto se dirimían en guerras como las que ensangrentaron al mundo el siglo pasado. De modo que lo que sucede es una gran novedad. Pero, como veremos, el problema son los límites y su debilidad. Mientras Beijing y Washington se cruzan amenazas y maltratos, no es claro si hay prevista una puerta de salida que pueda ser abierta antes de que la crisis escape de control como parece que ya está ocurriendo.

Otra duda más compleja, cuya importancia crece en proporción inversa a la esperanza de un acuerdo, interroga hasta qué punto hay espacio en el cuarto para estos dos gigantes. Uno que intenta mantener su predominio con espaldas que se explican en su enorme PBI por encima de los 20 billones de dólares (millones de millones). Y el otro, con un crecimiento exponencial similar ya al de su rival en Paridad de Poder Adquisitivo (PPA) y determinado a ocupar el lugar hegemónico en unos pocos lustros.

A esta incógnita se refirió hace dos años el presidente chino Xi Jinping en el IXX Congreso del Partido Comunista. Allí mentó la conocida Trampa de Tucídides, afirmando que esa metáfora fatalista no se repetirá. En el 411AC ese brillante cronista de la guerra del Peloponeso había concluido que “el ascenso de Atenas y el temor que eso inculcó en Esparta hizo que la guerra fuera inevitable”. En el pensamiento de Xi, China no será la Atenas frente a la Esparta estadounidense. O dicho de otro modo, existe espacio suficiente para que se desplieguen ambos jugadores. La realidad, sin embargo, parece seguir otro guion.

La ofensiva sobre China es una cuestión de estrategia nacional norteamericana por encima de otros desafíos, incluyendo el ruso. El punto es cómo se libra la batalla. Los modos de la administración de Donald Trump, con sus consecuencias no deseadas, no son compartidos por el establishment mundial y ni siquiera por la totalidad del norteamericano, lo que indica un quiebre allí donde se toman las decisiones.

Un efecto de esos procedimientos burdos ha sido la decisión de la Casa Blanca de intentar acorralar al adversario con un nuevo arancelamiento de 10% sobre el remanente de las importaciones de la República Popular, un paquete de U$S300 mil millones. China reaccionó liberando al yuan para que el mercado lo devalúe.

Ese movimiento sin precedentes en más de una década abrió una grieta en el sistema. Beijing por años intervino para mantener la paridad sobrevaluada en torno a 7 yuanes por dólar. Ahora los analistas pronostican que alcanzará 7,30 antes de fin de año. Ese registro mejorará el frente exportador de la potencia asiática pero le complicará sus importaciones, un problema en camino para los productores de commodities que centralizan en China su canasta exportadora. La movida de China fue una manipulación, por cierto, como reprochó Trump, pero fue además una advertencia sobre que ya no hay límites ni esperanzas de un acuerdo. “En una escala de 10 la réplica de China es 11”, reseñó Chris Kuege analista de Cowen Research Group a sus clientes. La crisis bursátil que detonó esa devaluación causó pérdidas de capitalización bursátil de más de 700 mil millones de dólares en EEUU. Si se requiere un número para describir las consecuencias de este culebrón proteccionista, ahí lo tienen.

Por estos motivos la imposición de los nuevos aranceles de 10% contra China se hizo con la objeción del ministro de Economía norteamericano, Steven Mnuchin, y hasta del habitualmente inflexible representante comercial Robert Lighthizer. Ambos temían por la reacción del otro lado. No fue el caso del asesor comercial de Trump, Peter Navarro, un hombre que refleja el pensamiento dominante en áreas del gobierno respecto a que China es un enemigo a vencer y no un competidor con el cual acordar.

Duro crítico de la globalización y los acuerdos multilaterales, Navarro es autor de una docena de libros algunos de cuyos títulos son transparentes: Las próximas guerras chinas (2006), Muerte por China (2011) y el más reciente Tigre agazapado: lo que significa el ascenso militar de China para el mundo. En el primero de esos libros, que Trump dice que es su favorito, Navarro describe al gigante asiático como “un reino de pesadilla donde se respira el hedor de un miedo desgarrador manchado de sudor” y califica a sus dirigentes como miembros “miopes, corruptos e incompetentes” del Partido Comunista. En su visión, China “ha destruido las industrias y las vidas” de los estadounidenses inundando al país con sus productos “ilegalmente subvencionados contaminados, defectuosos y cancerígenos”.

“No pienses que soy lo que antes era” le contestaría el historiador y sinólogo Harry Gelber con la frase que Shakespeare pone en labios de Enrique IV. El prejuicio que revela Navarro no pasaría de la anécdota si no fuera porque deviene en acciones. Este viernes Trump confirmó ese comportamiento al negar un acuerdo con Beijing y quitarle sentido a una nueva ronda de negociaciones que debería realizarse en setiembre. Otra vez estallaron las Bolsas. Estos juegos de acorralamiento se asocian con lo imprevisible. Para los economistas nunca hubo dudas de que China jamás se atrevería a tocar la inmensa reserva de bonos del Tesoro de EEUU (más de U$S 1,1 billón), que convierte al país en el mayor acreedor norteamericano. Sucede que si libera en avalancha esos papeles al mercado el precio caería y se elevarían los rendimientos como ocurre con inversiones de riesgo. Dado que esos rendimientos son la referencia para los créditos comerciales y de consumidores, al dispararse la tasa de interés se elevaría el costo de las deudas empresarias, las hipotecas y los créditos al consumo. Le dicen “el arma atómica”. Pero su activación dañaría no solo al adversario sino a la propia riqueza de China y a su histórica noción de que el mercado de EEUU le es tan necesario como el europeo. No se daña lo que se necesita.

Si la crisis pierde control, esos presupuestos se disolverían. Hace cuestión de horas, el jefe del Pentágono, Marc Esper, anunció en Australia la instalación de baterías de misiles en el Pacífico. Ese fue uno de los propósitos de la decisión de EEUU de retirarse del acuerdo de 1987 con Rusia que prohibía los proyectiles nucleares de medio y corto alcance. Ese rango dejaba fuera del arenero a Europa y a gran parte del Pacífico. Esper aludió como explicación al poderío chino que sería consecuencia de una “economía depredadora” con la cual militarizó bienes comunes como el Mar del Sur de la China. El canciller Mike Pompeo, fue aún más específico: “Se dice que comercio y economía son asuntos diferentes de la seguridad nacional. No cometan errores... “. Hasta ahora Thurow ha acertado, al menos en lo principal. Sería ideal que siga así.

*Profesor de Periodismo Internacional UP y editor jefe de la sección Política Internacional del diario Clarín.