Las guerras de los mundos de Boris Johnson y Donald Trump
Por Marcelo Cantelmi*
Roma, Enviado Especial
Por mera casualidad o por la cola del diablo, el mismo viernes del pasado enero de 2020 que el Reino Unido comandado por Boris Johnson abandonaba la Unión Europea, en los Estados Unidos los republicanos votaban el bloqueo a incluir testigos en el impeachment contra Donald Trump disolviendo en ese instante la totalidad del proceso. Se verá también sus consecuencias. Ambos son acontecimientos centrales para medir la realidad actual y su proyección. Los dos protagonistas, el de Londres y el de Washington, son, además, los alfiles de un mundo imprevisible que promete agudizar su distopía si la victoria los sigue acompañando.
En el caso del norteamericano esa maniobra a su favor en el proceso de destitución fallido, lo ha dejado fortalecido, y así lo está demostrando con vistas a las generales del próximo noviembre en las que buscará la reelección. Las encuestas lo pronostican confiado, además, porque se agregan las inseguridades que emite la oposición demócrata, como han corroborado las primeras votaciones de Iowa donde las cosas más simples salieron mal y hasta la candidatura del favorito, Joe Biden, se ha trastornado. Los pasos siguientes en la oposición continuaron en la oscuridad y se verá hasta qué punto la irrupción de Mike Bloomberg por primera vez con posibilidades coronaría una oportunidad para el partido. Del lado de Trump también habrá que determinar hasta qué punto la decisión de haber dado un portazo al juicio con una manipulación tan evidente tendrá influencia en el ánimo de los votantes. La prensa británica, aun por encima de la norteamericana, consignó la preocupación de partidarios históricos republicanos que en Iowa se reconocían frustrados frente a un partido que se ha vuelto corrosivo y aparece más preocupado por servir las necesidades del actual mandatario que de articular una firme posición política. “No lo culpo a Trump por eso” dice Chrisis Budzisz, un docente universitario y ligado a los republicanos desde hace 48 años. “Pienso que el presidente es un síntoma de un desequilibrio que ha atacado a la sociedad norteamericana”. Puede ser que la economía diluya esas angustias, pero este año también exhibirá el final del auge sobre el que se ha montado el principal discurso de esta Casa Blanca y ese efecto no será en la macro sino en la gente de a pie. Todo es una enorme incógnita.
El laberinto de Johnson tiene parecidos pasillos, algunos soleados y otros también muy brumosos. El premier británico, que comparte peinados y estilos con el líder norteamericano, logró una victoria arrasadora en las elecciones del pasado diciembre de 2019. Desde ahí catapultó su plan de ruptura de la Unión Europea que se concentró en su primera fundamental etapa aquel último viernes del pasado enero. La siguiente estación será el 31 de diciembre próximo. Tras una negociación inevitable para fijar las reglas de convivencia con Bruselas, Londres se lanzaría a su propio camino a partir de enero de 2021.
Aquí, en Europa, es fácil constatar que el establishment local, los bancos o el mundo financiero, o como quiera llamarse al vértice del poder real, recela de un segundo mandato del magnate presidente. Como remarcó recientemente la cadena CNN en referencia a la grieta norteamericana: “…Es probable que aún no hayamos visto nada. Dado el aspecto de los últimos tres años, es una perspectiva muy aterradora”. La referencia apuntaba a un segundo mandato del magnate presidente. Se entiende en estas capitales que un Trump recargado lanzará un golpe definitivo contra construcciones históricas como la propia Unión Europea, la Organización Mundial de Comercio o la OTAN cuyo valor en esta parte del mundo no está en discusión.
Un capítulo relevante de esa batalla con el otro lado del Atlántico se establece precisamente en el destino del Brexit y del Reino Unido. Fuentes diplomáticas italianas señalaron a este cronista que es bien claro que Bruselas intentará que a Gran Bretaña esta movida no le resulte favorable. Un comentario similar repiten sus colegas de Alemania o Francia. Si la estridente salida de Londres de la UE se refleja en algún nivel de éxito se fortalecerían los emergentes políticos nacionalistas que se esparcen por el continente y que ven a Bruselas como un enemigo a vencer. Por cierto, además, no es lo mismo romper con la UE sin haber resignado la moneda propia, como ha sido el caso de Londres, que hacerlo abandonando la moneda común lo que estragaría las economías locales. De modo que las consecuencias son infinitamente más dañinas si una onda expansiva devora al Continente. Por eso miran a Londres con preocupación, pero también a Washington. Y ahí aparece un punto muy interesante.
Esta semana Johnson reveló sus intenciones de avanzar a una salida dura en diciembre si no hay acuerdo en las negociaciones. La misma estrategia exigua que revoleó el año pasado. Ahora reafirma que quiere una discusión de igual a igual, “sovereign equals”, y que no aceptará pactos que obliguen a su país a respetar las normas comunitarias sean laborales, medioambientales, o las que rigen la calidad comercial entre muchísimas otras. Al contrario, se plantea acuerdos limitados como el que la UE acaba de firmar con Canadá o el aún más estrecho que negocia con Australia.
En la Farnesina, la sede de la cancillería italiana, hay diplomáticos que suponen que la crisis con Londres se acentuará y puede disparar negociaciones bilaterales para salvaguardar los enormes intereses comerciales en juego. El mercado británico es sumamente importante para la mayoría de las potencias europeas pero a la inversa lo que podría perder Londres es un universo irrepetible. Sin embargo muchos observadores descartan que las cosas vayan a ser simples. En la propia cancillería, en Roma, revelan que hay un aluvión de británicos que rebuscan en su estirpe para obtener un pasaporte italiano o de otras naciones comunitarias para escapar del destino insular que les promete Johnson.
“Soberanía no es lo mismo que poder” le acaba de aclarar el Financial Times al líder británico. Bruselas demostró en las gestiones de los últimos tres años que las arremetidas del Reino Unido fortalecieron menos que debilitaron al ejecutivo comunitario y eso es por la asimetría que regula esta relación. El prestigioso diario inglés, que expresa la visión de los mercados, sostiene con picardía que Johnson está atrapado en un “fetichismo autonómico …Cree que su país tiene el derecho soberano a dispararse en ambos pies y hacerlo, especialmente, si se trata de que la UE tenga algún rol en sus asuntos”. El artículo, de tono ominoso, sostiene que los planteos del premier a Bruselas no son realistas. Esa observación se constata con datos casi escolares. La UE tiene 446 millones de habitantes contra 66 millones del Reino. Su economía es casi seis veces mayor que la de Gran Bretaña que, además, es mucho más dependiente del comercio con el Continente que a la inversa. Es el límite que torna ilusoria una negociación entre iguales. Sencillamente no lo son. Al mismo tiempo, la UE no aceptará un acuerdo limitado como el de Canadá y menos el de Australia por la importancia comercial del Reino. Lo que se negociará es un enorme paquete de temas que van desde la aeronavegación, pactos legales, judiciales, de cooperación en Defensa, seguridad y relaciones internacionales, del movimiento de personas, energía o el complicado asunto de la pesca, entre otros muchos. Lograr eso en apenas unos meses es fantasioso. Pero para el Financial Times, que Londres suponga que se va a ir sin arreglar todos esos capítulos “es sencillamente insano”.
Una salida a las bravas, con la que vuelve a amenazar Johnson, recuerda el diagnóstico del Banco de Inglaterra que hace dos años ya advertía que implicaría un estrechamiento de la economía de hasta 9%, con el agregado del impacto que implicaría la súbita ruptura de 47 años de contratos sin una red de contención. El Reino no conseguirá lo que quiere y posiblemente se marche con un pacto menor que lo dejará vulnerable. Es ahí donde EE.UU. saldría a rescatar esa balsa para probar que hay otra vida después de la UE. Una alianza entre Washington y Londres contra Bruselas parece inevitable en el futuro próximo en la visión de cualquier diplomático u observador que se consulte en Europa. Pero puede ser sencillamente insensato en el nivel de costo beneficio. No solo por el desafío económico que implicaría para Washington que negocia hoy una quinta parte o menos con Londres de lo que debería comerciar si pretende equilibrar la ecuación. La Unión Europea, además, es un socio comercial inevitable en la actual etapa del capitalismo. Es cierto, en una realidad absurda todo es posible, pero también lo es su brevedad. Para Europa la arremetida de la Casa Blanca detrás de las ilusiones de Johnson son parte de una historia de otra época. Pero es justamente esta etapa de tan enorme fragilidad en la que estos líderes nacionalistas, a un lado y otro del Atlántico, han escorado al mundo en este presente, la que toca vivir.
* Profesor de Periodismo Internacional UP y editor jefe de la sección Política Internacional del diario Clarín.