Houston, pistoletazo de la Segunda Guerra Fría
(*) Jorge Heine
China tiene cinco consulados generales en los Estados Unidos (en Chicago, Los Ángeles, Nueva York, San Francisco y Houston), y este último, aunque el menor de todos, cuenta con 60 funcionarios. La razón esgrimida por el Departamento de Estado para esta sorpresiva orden de cierre, sería por cuestiones de propiedad intelectual y alegado espionaje. La reacción china no se dejó esperar, y ya ha ordenado el cierre del Consulado General de los EEUU en Chengdú .
Haber mandado cerrar el consulado de EEUU en Hong Kong, con todo lo que está ocurriendo allí, o en grandes metrópolis como Shanghái o Guanghzhou (la antigua Cantón) habría indicado una voluntad china de escalar el conflicto. El cierre del de Chengdú, no uno de primera línea, constituye una respuesta proporcional - aunque deja a los Estados Unidos sin su principal antena de observación hacia Tibet, Xinjian, y hacia la principal puerta de salida de China hacia la Nueva Ruta de la Seda.
Dicho esto, lo de Houston equivale a la proclamación de la Doctrina Truman en 1947, esto es, uno de los pistoletazos iniciales de la (primera) Guerra Fría. Hasta ahora, algunos veían el diferendo China-EEUU como comercial y tecnológico. Después de Houston es difícil sostener eso. El discurso del Secretario de Justicia William P. Barr en la Biblioteca Presidencial Gerald Ford en Grand Rapids, Michigan, hace unos días, con su crítica a los lazos de Hollywood con China, hacía eco de expresiones similares en los años cincuenta, sobre supuestos lazos de la industria del cine con la Unión Soviética.
La expresión Guerra Fría, usada por vez primera en 1945 por George Orwell en un ensayo, “Tú y la Bomba Atómica”, se debe a los paralelos entre lo ocurrido entonces y hoy. En ambos casos, unos Estados Unidos que se siente amenazado por otra potencia en ascenso, con un vasto territorio, de autoproclamada ideología comunista, también potencia espacial y nuclear, y en contra de la cual Washington intenta conformar una amplia coalición “en defensa del mundo libre”. En eso estuvo el Secretario de Estado Mike Pompeo en su visita a Londres y Copenhague en estos mismos días. A apenas 30 años desde el fin de la primera Guerra Fría, la tentación de repetir conductas pasadas es grande.
Hasta hace poco, era frecuente escuchar el argumento que el conflicto entre los Estados Unidos y China era comercial y tecnológico, no diplomático, por lo que no correspondía usar la expresión “Guerra Fría”. Tampoco habría un diferendo ideológico, ya que se trataría de dos sistemas capitalistas, conllevando una mera pugna de poder. Eso lo haría muy diferente al enfrentamiento de visiones de mundo totalizantes que se habría dado en la segunda mitad del siglo XX.
Ahora que el conflicto ha escalado al ámbito diplomático, el argumento es que esto es solo producto de una táctica electoral del gobierno del Presidente Trump. Una vez pasadas las elecciones, gane quien gane, todo volvería a la normalidad y a la situación ex ante. Siguiendo la misma lógica, el día de mañana, si llega a haber un enfrentamiento entre embarcaciones de la Armada de los Estados Unidos y la de China en el Mar del Sur de China, se dirá que es un diferendo pesquero, que se superará en breve.
Para entender a cabalidad la gravedad de la situación en curso es indispensable un diagnóstico correcto. En nada ayuda a ello tratar de bajarle el perfil, ni intentar “tapar el cielo con la mano”. El conflicto entre Estados Unidos y China es muy serio, tiene raíces históricas profundas, va para largo y puede seguir escalando. El jugar la carta anti-China da mucho rédito en la política estadounidense, y no va a dejar de hacerlo después de este ciclo electoral. China tiene la dudosa distinción de ser el único país en el mundo al cual la inmigración de sus nacionales ha sido expresamente prohibida por legislación aprobada por el Congreso de los Estados Unidos. Ello ocurrió a fines del siglo XIX, con legislación vigente por muchas décadas. El discurso anti-chino ha prendido de tal manera, que según encuestas de Pew, un 66% de los estadunidenses tienen hoy una opinión desfavorable de China, en un drástico cambio de la situación de apenas un par de años atrás.
Aseveraciones de Pompeo como “el Partido Comunista Chino es la principal amenaza de nuestro tiempo”, y el que una reliquia de los cincuenta, como el “Comité Contra el Peligro Presente”, haya sido recreado en Washington, habla por sí mismo. Muchos añoran los años cincuenta ( “una época en que los hombres eran hombres y las mujeres usaban falda”), y sostienen que en la Guerra Fría la sangre no llegó al río, no hubo guerra nuclear, los EEUU y la URSS nunca se enfrentaron directamente, y al final, los EEUU ganaron. ¿Qué de malo tiene eso?
El problema es que la economía china ya es mayor que la de EEUU en términos de paridad de poder adquisitivo; ambas economías están más imbricadas que la estadounidense y la soviética jamás estuvieron; y que vivimos en plena globalización, de manera que un conflicto entre dos países que representan un 40% del producto mundial no puede sino dejar de repercutir en el resto del planeta, uno ya sacudido por la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial.
¡En otras palabras, a amarrarse, que vamos a galopar!
(*) Jorge Heine, profesor de la Universidad de Boston y ex embajador chileno en China.