Tragedia del avión y crisis de Oriente Medio: La historia del escritor, sus damas y el Chernobyl iraní
Por: Marcelo Cantelmi*
La misma noche que Donald Trump, desde su residencia de Mar-a-Lago en Florida, ordenaba el asesinato con un dron del general Qasem Soleimani, una fiesta familiar se llevaba a cabo en una casa en Teherán. Se comprometía la hermana de Parisa Eghbalian, una dentista irano-canadiense de 42 años. Había viajado de regreso a su país para ese evento desde Toronto junto a su hija Rira, una niña de 9 años, fluida en inglés, francés y farsi y prometedora pianista. A los pocos días de la reunión y de los saludos familiares, ambas morían junto al resto de los 176 ocupantes del vuelo PS752 de la aerolínea ucraniana que fue derribado por dos misiles de la Guardia Revolucionaria del poder persa. No estaba con ellas su marido, Hamid Esmaeilion, el padre de la pequeña, que las esperaba de regreso en esa ciudad canadiense conocida menos por Toronto que Theranto por albergar la mayor comunidad iraní del mundo.
Esa ausencia de una cita segura con la muerte le agrega ahora un particular matiz a la tragedia aérea y a su repercusión política. Esmaeilion, de la misma edad que su mujer, también es dentista pero, a la vez es uno de los escritores más destacados de la llamada Burnt Generation iraní, la de quienes nacieron apenas antes de la revolución de 1979 pero que vivieron como niños o preadolescentes los años espantosos y de extrema represión de la guerra contra Irak. Ese sangriento conflicto lanzado contra la teocracia desde Bagdad por la entonces marioneta norteamericana Saddam Hussein se extendió casi toda esa década con más de un millón de muertos.
De esa “generación quemada” surgieron relatos que hicieron de Esmaeilion, uno de los más talentosos escritores de ficción en persa de su época, según lo describe el blog de periodistas iraníes por el mundo, IranWire. “Me he calzado con hierro, afilé mi lápiz, llevo la furia conmigo… nada me calmará, solo el descubrimiento de la verdad”, escribió ahora con su pena en el alma. “Todos somos Esmaeilion”, dicen en Irán. Esta vuelta de la historia es relevante porque este escritor, de enorme influencia en un país donde la mayoría de la población tiene su misma o parecida edad, es una de las voces más duras que se ha puesto al frente de los familiares de las víctimas del vuelo ucraniano. Un drama que debe leerse más allá de las emociones, a la luz de las tensiones internas y políticas que experimenta esta revolución, hoy en uno de los momentos más peligrosos para su supervivencia desde su nacimiento cuatro décadas atrás.
El episodio del avión, y más bien la forma precaria y rudimentaria con que el desastre fue tratado por la Guardia Revolucionaria, es de gravedad tal que da vueltas, en la prensa y los análisis, la noción de que podría ser asumido como un Chernobyl iraní.
La comparación refiere al colapso de la planta atómica en Pripyant en Ucrania en 1986, durante la era soviética. Pero a lo que apunta, en verdad, es a exponer los mismos modos grotescos y de un secretismo perverso con que la conducción de la URSS manejó aquella crisis y las consecuencias de esos procedimientos. El libro de la Nobel de literatura Svetlana Alexievich, Voices from Chernobyl, que detalló la tragedia y sus deformaciones, cita a un historiador cuya reflexión cabe en el actual presente iraní: “Chernobyl fue una catástrofe de la mentalidad rusa. No fue solo el reactor que estalló, también lo hizo un sistema de valores”. El periodista persa Firouz Farzani, al recordar esa frase, la completó con una conclusión grave: “Todos sabemos que anunciaba el colapso de la URSS” que sobrevino cuatro años después.
La demanda que expresa Esmaeilion sobre la verdad de lo ocurrido va más allá de precisar los extremos de negligencia de los responsables de las antiaéreas en el aeropuerto de Teherán. O aclarar por qué la base aérea estaba abierta para vuelos civiles apenas unas horas después de que las Fuerzas Armadas habían lanzado una lluvia de misiles sobre bases norteamericanas en el norte de Irak. Lo que late en esa presión interna, y que se refleja en las multitudinarias marchas antigubernamentales que renacieron en el país tras las feroz represión de las de noviembre, es un cuestionamiento al modo en que se hacen y se han hecho las cosas. El “momento Chernobyl” en Irán va en ese sentido de visualizar la incompetencia y desidia del poder, la decepción sobre el rol del Estado y la fatiga intensa que ya produce el régimen.
La fractura en los altos niveles emerge del propio aparato estatal. Si los halcones se fortalecieron con la muerte del general Soleimani, la tragedia del avión devolvió vigor a los moderados. El presidente Hassan Rohani rechazó en público la explicación adolescente de la Guardia Revolucionaria sobre que un individuo fue quien cometió el error y convirtió en fuego al avión que acababa de partir del aeropuerto. El mandatario no acepta que se cierre todo en un único responsable, reclamó que los militares se hicieran cargo realmente de lo sucedido y espera que el reconocimiento de esas fallas calme a la gente. Pero el canciller Mohamad Javad Zarif, un firme aliado del presidente, caracterizó los hechos como en realidad son. Sostuvo que los iraníes fueron engañados por los militares durante tres días, y que al propio gobierno le fue regateada la información sobre lo que había sucedido. Son palomas contra halcones que rompen la discreción de su cohabitación, intentando gerenciar una crisis de profundidad difícil de visualizar a apenas unas semanas de las cruciales elecciones legislativas del 21 de febrero que renovarán la totalidad de las 290 bancas del Parlamento.
Este abismo se abre en el peor momento para el régimen atorado de malas noticias. Debido a la ristra de sanciones que impuso EEUU, el presupuesto del país persa para este año exhibe una caída en la producción petrolera a 500 mil barriles por día, 80% menos que el año pasado. Aunque los números intentan construir una realidad en la cual el país pueda emerger pese a las penalidades, son pocas las opciones. Se anuncia ahí una reducción de los subsidios a la energía del 74%. En noviembre más de 200 mil iraníes en todo el país marcharon contra el gobierno por el aumento de las naftas que produjo un recorte similar. Hubo 300 muertos en esas protestas de los indignados que, impulsados ahora por la furia del derribo del avión, llaman en las calles dictadura al régimen, terroristas a la Guardia Revolucionaria y piden la renuncia del líder supremo Alí Jamenei.
La pura realidad es que los gastos medidos contra inflación caerán 17% este año. El Banco Mundial y el FMI calculan que el costo de vida rondará el 30% en 2020, al tiempo que alertan que la economía en 2019 se contrajo 9,5%. Una salida parcial es un aumento de 13% de la recaudación impositiva, hasta 15 mil millones de dólares sobre un presupuesto general de 43 mil millones. Pero ahí yace otra piedra de la furia popular. Según datos oficiales, que consignó el analista sobre Irán de Eurasia Group, Henry Rome, la mitad de los iraníes con mayores ingresos y las organizaciones y fundaciones religiosas seguirán exceptuadas de esos gravámenes. Al mismo tiempo, la Guardia Revolucionaria tendrá un incremento de 20% en su asignación; las fuerzas del orden que son las que “custodian” las calles frente a las protesta, 14 por ciento de alza y solo quedarán en la banquina la implacable tropa paramilitar de los Basij, que perderán la mitad de sus ingresos.
Esta realidad es la que ata las manos de la teocracia persa y que fomenta las protestas, porque no hay nada para repartir, más bien lo contrario y que, quienes reprochan al gobierno advierten como otro ejemplo de la incompetencia que exhibió el caso del avión. El escenario no tiene otro destino que la ampliación de la grieta interna.
Los halcones intentarán salir de este callejón seguramente corriendo hacia adelante, incrementando las acciones militares y el desarrollo nuclear para que los hechos fácticos marquen a su favor la dinámica de la crisis. Tienen la fuerza para hacerlo, incluso para vencer a los moderados, pero es difícil apostar a que la furia de Esmaeilion y quienes lo siguen, acabe en una anécdota.
*Profesor de Periodismo Internacional UP y editor jefe de la sección Política Internacional del diario Clarín.