Desafíos globales en un presente de normalidades chuecas
Por Marcelo Cantelmi (*)
Especial para el Observatorio de Política Internacional de la Universidad de Palermo.
En un presente con el desafío de dos grandes guerras en proceso y posible expansión, otras latentes, los efectos sociales y económicos de la pandemia aún presentes y la globalización chueca por el efecto creciente de proteccionismos y nacionalismos, es previsible que la normalidad se reduzca a un retorno a lo básico: alimentos, energía, seguridad. Desafíos que en la modernidad se suponía resueltos o en ese camino. En absoluto. En cierta medida hay un eco del inicio del siglo pasado.
Como señala el World Economic Forum, este sendero empedrado coincide con un panorama global de bajo crecimiento, baja inversión, baja cooperación y potencial deterioro del desarrollo humano y del sentido de la justicia y la democracia. Los liderazgos están teñidos de esas distorsiones, por supuesto. No son abstractos, responden a la época.
Donald Trump testimonia acabadamente ese panorama. Con una arquitectura argumental simple y precaria, pero efectiva, conecta con esas opacidades. El debate entre los analistas, por momentos exagerado, sobre las razones de la exitosa carrera electoral del magnate, desde inicios de año confirmadas en la interna republicana de Iowa o la de New Hampshire, pierde por momento el contexto que lo hace posible.
El ex presidente nunca fue un outsider, otra reiterada confusión. Es un empresario y eso conecta con la política. Llegó en su primer mandato montado en un declive de Estados Unidos, con una gran parte de la población exhausta por las guerras de Irak y Afganistán y la crisis que arrasó a la clase media y media baja a fines de la década del 2000 en pleno gobierno republicano de George W Bush. Heridos que no fueron auxiliados por el siguiente capítulo demócrata.
Todos estos sucesos describen este cuarto de siglo tumultuoso, marcado a nivel global por el fallido de las políticas imperiales de aquel Bush en los inicios de la centuria y el posterior aislacionismo iliberal de Trump. Los períodos de Barack Obama y Joe Biden parecerían incidentes en un camino ya trazado y que abre polémicas sobre el destino de la potencia. Como aquella naturalidad básica, el regreso ahora muy posible del magnate sucede en una potencia frustrada que experimenta la disminución de su poder estructural, lo que los analistas resumen en la incapacidad de lograr los resultados deseados.
Biden, con su obsesión reelectoral pese a su edad avanzada y su ausencia total de carisma, es otro reflejo de esa distorsión. Esa vanidad no sucedería en circunstancias de vigores diferentes. Es importante profundizar ese aspecto. El portugués Pedro Emanuel dos Mendes, investigador del Instituto Português de Relações Internacionais, enumera tres atributos esenciales en una potencia hegemónica: capacidad material y política excepcional, que le da la posibilidad de inventar las reglas del juego; la voluntad de liderar el orden y hacer cumplir las reglas; y, finalmente, contar con un liderazgo consensuado basado en una primacía indiscutible del capital social en el sistema internacional. Esa relación de poder hegemónico debe contar con el consentimiento de los actores internacionales. “La hegemonía debe ser consentida y no impugnada”, sostiene. Una cualidad en disputa en esta etapa.
Una anécdota de 2018 ayuda a dimensionar de qué se habla con estos argumentos. En aquel año, a Trump le tocó el mensaje ante las Naciones Unidas. Ahí dijo: “Hoy me presento ante la Asamblea General para compartir el extraordinario progreso que hemos logrado; en menos de dos años, mi administración ha avanzado más que cualquier gobierno en la historia de nuestro país”. Una risotada cruel estalló de inmediato en el recinto envolviendo a diplomáticos y mandatarios. Reacción sin precedentes y nítida sobre el daño que Trump infligía a la imagen de EE.UU. También, del declive de la potencia que explica mucho de este cuarto de siglo estropeado.
J. F. Kennedy sintetizaba la importancia de estas esferas de un modo drástico: “La política interior solo puede derrotarnos, pero la política exterior puede matarnos”, recuerda el politólogo norteamericano Aaron Wildavsky. Mendes observa que esos defectos surgen tanto de la complejidad natural de los procesos de cambio, pero, más relevante, de la erosión del orden liberal por la crisis de legitimidad que experimenta el liderazgo del poder hegemónico.
Trump en ese sentido ha sido el mayor cuestionador desde la Segunda Guerra del orden liberal, que Obama contribuyó a reedificar tras la fallida experiencia de Bush. Trump es una consecuencia de la historia. Está ahí porque algo sucedió antes. Pero tampoco es una novedad.
No olvidemos que la potencia se involucró en aquella gran guerra recién después de Pearl Harbor. El lema del magnate neoyorquino “Estados Unidos primero”, fue creado originalmente por los aislacionistas que se oponían al involucramiento de Estados Unidos en la batalla contra el fascismo. Aquellos que le señalaban a Churchill en el Londres acosado que comprendían su angustia, pero que tuviera paciencia. Tampoco es una novedad el proteccionismo neonacionalista que inaugura con intensidad este ex presidente y que continúa con parecido énfasis Joe Biden, aunque con otras prolijidades. En el republicano hubo y sigue habiendo una distancia en el discurso sobre el aliento democrático que marca, en cambio, la retórica de la actual Casa Blanca.
Es claro que el daño a esos ideales conlleva riesgos de seguridad para todos, políticos y económicos, aunque es un desperfecto frecuente en el sistema del cual EE.UU. tiene muchas facturas que explicar. Pero es concluyente que con más autocracias y modelos represivos, los tratados y alianzas sucumben, el planeta se torna inestable, se impone el derecho de la fuerza y se multiplican los conflictos. Trump le brinda menor importancia a esos desvíos. Suceden en “un allá“ de otros, como Truman Capote definía aquello que sucedía en ese enigmático espacio ajeno de su ciudad.
La guerra de Ucrania es uno de los engendros que se ha filtrado por esas grietas de liderazgo y ausencia de balances. Ese conflicto medieval ruso no pudo ser impedido y es difícil de ser neutralizado, pero si la ficha cae a favor de Moscú confirmaría el apagón norteamericano aunque, aclaremos, no se debería esperar encontrar luz en las alternativas. Semejante escenario “sería el fin de la seguridad europea”, advierte el francés Emmanuel Macron. Acierta.
Como sea que se lo mire, estamos frente a un panorama de fragilidades que parecen nuevas y a la vez, intensamente familiares. Suiza es un ejemplo inesperado de esas tendencias regresivas. Por primera vez plantea la necesidad del control de la inversión extranjera directa para regular la competencia. Ese mismo proteccionismo en la Unión Europea llega al extremo de reprochar las políticas de reducción de la inflación en Estados Unidos porque incluyen créditos fiscales y subsidios para tecnologías verdes.
No es claro que Trump derrote a Biden en noviembre de este 2024, aunque todo apunta en ese sentido. Si eso ocurre no habría solo quejas. La actual administración finalizaría con un objetivo que el republicano alentaba, una mayor industrialización de EE.UU. aliviando su dependencia de un mundo globalizado que antes se celebraba como un rutilante logro contemporáneo. Apenas un matiz. Trump, de regreso a la Casa Blanca, convertiría en murallas los océanos que rodean a su país. La BBC, por caso, cita a dos allegados del ambicioso magnate que confirman que un primer paso será retirar a Estados Unidos de la OTAN paralizando virtualmente la alianza occidental. Un gasto innecesario esa estructura, sostiene. Una medida que en otras circunstancias sería hasta debatible. Pero que en este presente liberaría tendencias oscuras que son ya mucho más que evidentes. Los europeos “tienen razón en estar ansiosos”, reconoce el senador Chris Coons, del Comité de Relaciones Exteriores de esa cámara. No son en absoluto los únicos.
(*)Editor Jefe Política Internacional de Clarín
Docente titular carrera de Periodismo, Faculatad de Sociales, de la Universidad de Palermo
Director del Observatorio de Política Internacional, Universidad de Palermo