El intento restaurador y una nueva Europa que anticipa a Donald Trump
Por Claudio Aliscioni (*)
Especial para el Observatorio de Política Internacional de la Universidad de Palermo.
La cúpula de la derecha francesa acaba de echar a su presidente por haber reclamado una alianza con la agrupación de ultraderecha de Marine Le Pen. Semejante pacto es repudiado por la clase política local desde la derrota del nazismo con el higiénico apelativo de “cordón sanitario”. Poco después, entre roces con sus aliados, Italia logró cancelar una referencia al derecho al aborto en el documento final del G7. El tema sorprendió porque es un asunto ajeno a cumbres de este tipo.
Ambos episodios parecen más que un par de anécdotas. Asoman en la discusión abierta en Europa a partir de las diferencias entre el liberalismo clásico y las nuevas fuerzas extremistas que avanzaron con vigor en las recientes elecciones para el Parlamento de Bruselas.
Ese avance se aprecia mejor bajo la majestad de los números. En Francia, el lepenismo, que se esfuerza en maquillar su historia de apología del nazismo– ganó en 96 de 94 departamentos electorales, a excepción de París y alrededores. En Alemania, Alternative für Deutschland (AfD), que fomenta la nostalgia del III Reich con posiciones racistas, superó el 30% de votos en varias zonas del país. Alarmada, la revista Der Spiegel sostuvo en un editorial que ese partido “es una amenaza seria para nuestra democracia”.
Estos datos no implican, sin embargo, que la Unión Europea dará un golpe de timón inmediato en sus políticas. La alianza de centro derecha seguirá al mando al conservar su mayoría. Pero dejan ver, en cambio, que la demografía electoral se mueve y que algo de peso esta gestándose en Europa. Suponer que esa emergente extrema derecha es apenas una declinación más del conservadurismo clásico equivale a no distinguir quién es quién.
En un trazo ideológico grueso, con las variaciones del caso en cada país, el extremismo ha rechazado históricamente los valores de la Revolución Francesa que la derecha liberal defiende. El choque no es de hoy, sino que empieza a perfilarse en el siglo XIX con una sonora polémica entre Alexis de Tocqueville, un emblema del liberalismo, y su amigo y asesor Arthur de Gobineau, uno de los primeros en apoyar la supremacía de las razas a partir de un célebre libro sobre el tema que disparó entonces fuertes polémicas. La diferencia racial, el integrismo religioso, el rechazo a lo “extraño” asomaban con claridad ya en esas disputas.
Como en aquel extremismo en ciernes, el de hoy también defiende ahora una agenda restauradora, en defensa de una herencia propia a la que habría que rescatar. Para este sector, restaurar significa, por ejemplo, volver al Estado nación y debilitar una estructura supraestatal como la UE, su antítesis; confrontar la globalización y sus efectos con fronteras cerradas y rechazo a la migración que degrada el empleo local; oponerse a procesos evolutivos culturales (aborto, LGBT, discurso de género); torpedear los pactos contra el cambio climático en rechazo a una ciencia presuntamente tomada por intereses.
La guerra en Ucrania asoma como otro ingrediente a partir del apoyo de los ultras al nacionalismo de Putin, quien también justificó la invasión como un intento de restaurar el pasado imperial ruso.
Desde la política cotidiana, toda esa agenda se encarna en una crítica general a Bruselas por un exceso de burocracia, de verticalismo y de sordera a reclamos puntuales de sectores productivos que se sienten ignorados y desplazados.
Por cierto que hay matices y estas corrientes no se expresan del mismo modo en todos los países. Pero el cuadro general es sin embargo inédito, agravado además porque el auge del voto radical se da en naciones fundadoras de la Unión Europea. De ese bloque hay tres países a observar. Alemania, marcada por la memoria hacia el Holocausto, debe resolver la contradicción entre ese pasado y la emergencia de la AfD como segundo partido del país.
Italia, a su vez, cuenta ahora con el gobierno más estable entre los grandes de Europa. La premier Giorgia Meloni, que muestra un remarcable talento político, es una euroescéptica de origen que debe liderar a un país europeísta por necesidad.
En ese intento, viene ensayando con eficacia un proceso de “normalización” que diluye sus lazos con el neofascismo y la acerca tácticamente, aun con ambigüedades, al corazón del poder europeo junto a colegas del liberalismo tradicional. Sigue para ello las enseñanzas de Berlusconi, el primero en reunir bajo su mano a toda la derecha, acallando las diferencias.
En Francia, donde casi todos a izquierda y derecha se pretenden herederos de De Gaulle, la situación es más complicada. La síntesis que representaba el ideario del general, con el “cordón.
En estos años, el partido de Marine Le Pen se separó del antisemitismo de su fundador y transformó la rabia de los electores en consenso, mientras sus rivales del frente republicano se debilitan. La prensa francesa no descarta un pacto con Meloni, aunque los comicios nacionales de junio son una incógnita.
En sectores de Washington, ese escenario se mira con temor. Charles Kupchan, ex asesor de Barack Obama para Europa, dijo al diario La Repubblica que “está en marcha la erosión del contrato social de la era industrial”. Según su criterio, “hay una peligrosa semejanza entre la demografía de los años 20 y 30 que sostuvo al fascismo y al nazismo, sobre todo la clase media y trabajadora, con la que hoy vota a la derecha extrema”.
En el fondo, se trata de un diagnóstico que liga el cuadro europeo con lo que pasa en Estados Unidos. El diario italiano usó una sugerente frase del asesor de Obama para titular la nota: “Europa anticipa a Trump”.
(*) Licenciado en Filosofía UBA y periodista Editor adjunto Política Internacional Clarín.