Venezuela, Cuba: progresía, socialismo y otros simulacros
Por Marcelo Cantelmi (*)
Especial para el Observatorio de Política Internacional de la Universidad de Palermo.
La extraordinaria crisis construida por el chavismo con la manipulación electora, constituye posiblemente el último clavo en el féretro de la narrativa progresista latinoamericana, y aún más allá de la región. Las falsas izquierdas, que se apropiaron del discurso de esa vereda ideológica pero no del método, confrontan una sucesión de batallas simbólicas perdidas.
No es solo Venezuela. También está ahí Cuba estancada en un colapso económico cuyos jerarcas dependen de la represión para sostener magramente el status quo, un quebranto que no proviene del bloqueo y las sanciones como ha reconocido Raúl Castro, sino de sus propios fallidos.
Ambos países son los principales exportadores de desesperados, con récords en ambos casos en los volúmenes de exiliados económicos que intentan llegar al norte tras el espejismo de bienestar. Si las categorías dependen, como debería ser, de la forma en que se reparte el ingreso y del destino del sujeto social en esa configuración, los descalabros premeditados de esos países los unen a la misma derecha dura que dicen combatir. Sus liderazgo han reducido al mínimo la presencia real del Estado salvo para custodiar militarmente el poder y sus opacos beneficios.
Para ello copian impúdicamente los sistemas de terrorismo de Estado de las antiguas dictaduras cívico militares del Cono Sur en los años ’70, con arrestos ilegales, torturas, centros de detención clandestinos y sentencias inverosímiles por alzar la voz. En los dos países y en Nicaragua, que completa el trío de las naciones que se autoperciben socialistas, pero en un cuerpo reaccionario y conservador, el proceso está mostrando su peor rostro.
La foto se completa con los criterios económicos que eligen estos actores siempre inversos a sus discursos. Los ajustes de perfil exageradamente ortodoxos se combinan con dolarizaciones desordenadas que acaban por amontonar a las mayorías poblacionales en la miseria, víctimas de cortes de luz, agua y dificultades cotidianas para alcanzar la canasta básica alimentaria.
En el caso de Venezuela, el voto opositor el pasado 28 de julio, sumó cantidades de sufragantes chavistas que castigaron en las urnas ese maltrato. Venezuela confronta un 82% de la población en la pobreza, una grave factura social de resultas de un plan que buscó cuadrar los números públicos con las urgencias de inversiones internacionales. Tampoco ahí es causa de las sanciones.
Casi en espejo, Cuba unificó sus monedas en enero de 2021 para mejorar el perfil económico en la esperanza de que la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca reviviera el deshielo inaugurado por Barack Obama. La medida disparó una estampida inflacionaria y una furia nacional que se evidenció con la gigantesca manifestación opositora de julio de ese año. El régimen castigó esa protesta con penas de cárcel abrumadoras y revoleando fantasmas conspiradores norteamericanos para escapar de la autocrítica.
Entre otras originalidades del proceso actual en Venezuela, es la primera vez que las fuerzas represivas actúan masivamente sobre las barriadas pobres como represalia a aquel voto castigo. Antes se enfocaban en la clase media como ocurrió hace una década con el movimiento de “la salida” que buscaba obligar al autócrata Nicolás Maduro a entregar el poder y abrir paso a la democracia.
Ese desafío se cerró con el asesinato de decenas de jóvenes fusilados por parapoliciales. La carnicería retrajo a las familias espantadas que obligaron a los hijos a no salir a las calles y luego se sumaron al exilio. El régimen usa ahora la misma medicina intensificada.
Este cuadro querella a quienes insisten en describir el conflicto como parte de una tensión de izquierdas y derechas. O que eluden una condena abierta con la coartada de la importancia geopolítica de Venezuela por su riqueza petrolera, como señala el asesor de Lula da Silva, Celso Amorim. Ir del todo contra Maduro se traduciría en complicidad con EE.UU.!!! Escombros rancios de la Guerra Fría.
Quizá por eso Brasil y su principal aliado colombiano, aparte del gobierno saliente de México, se niegan a utilizar el concepto de terrorismo de Estado para definir el presente venezolano, como, en cambio, denuncia la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA.
Lula rechaza además caracterizar como dictadura al proceso venezolano, aunque es probable que avance hacia esa consideraciones en tanto se acerquen las elecciones municipales de octubre. Para ganar deberá apoyarse nuevamente en los votantes de centro que lo llevaron al poder y son reactivos al engendro bolivariano.
En cualquier caso no no sería la primera vez que Lula visualiza de ese modo el pseudo socialismo venezolano. En su campaña electoral, en 2022, en una entrevista con The Economist el líder del PT reveló que le había dicho a Hugo Chávez y al colombiano Álvaro Uribe, que más de dos mandatos es dictadura porque la democracia es alternancia. El canciller Mauro Vieira, en su primer reportaje a un medio internacional en enero de 2023, reiteró a Clarín esa posición como una doctrina de la política exterior brasileña.
-Canciller, ¿Para Lula son dictadores Daniel Ortega y Nicolás Maduro?
- Sí. Lula declaró muchas veces y es público, no soy indiscreto, que cuando terminaba su segundo mandato había un apoyo fuerte para una reforma que le diera otro mandato. Se opuso sosteniendo que la democracia presupone alternancia y lo contrario es dictadura. Él lo tiene muy claro.
Venezuela ignora esos gestos. A extremos que el regidor chavista estuvo presente junto a su colega de Bolivia en una cita en la cual el dictador nicaragüense, Daniel Ortega, llamó “arrastrado” y “proyanki” al líder brasileño por su negativa a reconocer sin condiciones la victoria del heredero de Hugo Chávez. El mismo insulto extendió al colombiano Gustavo Petro.
Esa huida hacia adelante del régimen quemando todas las naves le permite a Lula exhibir una bienvenida distancia de esos espectros. Los jerarcas bolivarianos, a su vez, le quitan todo valor negociador a Brasil porque comienza a ser inocultable la evidencia del fraude. A Maduro no le interesa esa legalidad aunque es claro que descontaba otro comportamiento de parte de los dos vecinos.
El chavismo se cierra sobre sí mismo, pero lo hace en un sótano político, sin recursos y apostando a que una mano férrea tiente la audacia de algunos inversionistas a los cuales abre totalmente el país.
Ni Rusia ni China, están en ese cuadrante. La norteamericana Chevron, Repsol de España, el Eni de Italia y la francesa Maurel&Prom son los actores hoy en el clima de negocios de la dictadura. Fueron habilitados a operar aunque sujetos a la apertura democrática del país que claramente no existe. Son jugadores clave para la sustentabilidad del régimen y no es nada claro que se asocien a esta aventura.
Para convencerlos Maduro designó al frente del ministerio del Interior a Diosdado Cabello, un halcón de pasado militar que solo entiende la ley del garrote. No es un gran cambio sobre lo que ya está ocurriendo, pero sí constituye una señal política. El chavismo busca mostrar que hará todo lo que sea necesario, sin reparar en límites, para detener la rebelión y mantener control.
Junto a Cabello, designó al frente de la cartera de Petróleo a Delcy Rodríguez, factótum del ajuste y garantía de que, mientras se reprime en las calles y las casas, se mantendrá abierta la economía y la reprivatización del crudo y la minería. Una apuesta nada sorprendente, no hay mucho más donde elegir.
Maduro, con esos pasos, parece emular a Khadafi, el tirano de la petrolera Libia, que colgaba a sus críticos de las farolas en las plazas públicas, mientras recibía la simpatía de líderes europeos, entre ellos Silvio Berlusconi, cuya ENI operaba de modo ilimitado en ese empobrecido suburbio africano, e incluso se mezclaban cálidos elogios del FMI.
(*) Editor jefe de Política Internacinal del Diario Clarín
Docente de la Facultad de Sociales en la Licenciatura en Periodismo de la Universidad de Palermo
Director del Observatorio de Política Internacional, Universidad de Palermo