Arrabalero y sensual. El verso eterno de Discépolo. La entonación del Zorzal Criollo. El hablar de Costado como “Pucho”, en la infantil Trulalá de García Ferré. El gemido de un bandoneón, las piernas de mujer haciendo firuletes. La flor en ojal del fulano parado en la farola de una esquina cualquiera.
Es la marca registrada de los porteños por excelencia. Y genera esa duda eterna de si la ciudad se contagio de su música y mutó a ese gesto eterno entre la melancolía y el fervor del futuro, o si en cambio, los acordes nacieron solo para vivir por estas latitudes.
En medio de esta vorágine de sensaciones nos adentramos en la primera clase de Tango organizada por el Departamento de Deportes y Actividades Sociales de la Up.
La noche se hacia amiga, las luces marcaban un amarillo tenue sobre la Avenida Córdoba. El subsuelo del Refill de a poco se llenó de alumnos y los zapatos comenzaron a moverse.
Las primeras lecciones enfocaban a como pararse. Estabilidad, estructura del cuerpo, balance de peso en las piernas y una figura erguida eran los conceptos claves.
El desplazarse no fue un dato menor. Aprender a “caminar” la pista de baile fue el objetivo principal de esta primera entrega. Hombres y mujeres caminarían de un punto al otro del salón tal como la profesora ilustraba.
Al principio intentando respetar sólo los movimientos establecidos, más tarde coordinando el paso con el ritmo de la música que salía de los parlantes.
Risas nerviosas inundaron la sala en los primeros instantes, con el correr de los minutos, cuando ya el recinto dejo de ser el lugar donde una decena de desconocidos se veían los rostros por vez primera, la situación se hizo amena.
La confianza “ablando” los músculos y los comentarios se hicieron familiares. El feedback no tardó en llegar y el desarrollo de la clase invitaba ya a venir una segunda vez.
Cuando las piernas, en cierta forma, transitaron suficientemente la pista, la profesora instruyó a probar todo aquello que se hizo individual ahora en pareja.
Enseñó a como tomarse de los brazos, como dirigir el torso del cuerpo para dar dirección y la música sonó para que los chicos hicieran lo suyo.
Un par de movimientos y la dificultada que crecía, otros detalles, como caminar por el costado de los pies de la dama, realizar una apertura y así poder girar el sentido del baile, y un pequeño firulete a cargo de ellas, eran los conceptos que de a uno se iban vertiendo sobre la rutina básica.
Así entonces se terminaba la primera clase. Con buena onda, distendidos y con un progreso elogiado por la profe. Todos prometieron regresar. Apenas fue un ápice de lo mucho que promete estas clases de Tango. Un acierto del Departamento que se vio reflejado en la interesante convocatoria que tuvo. |