En la historia, muchos descubrimientos se transformaron en herramientas de uso común que deben su nombre a sus inventores. Hoy compartimos algunos de ellos, leé la nota y enterate de cuáles se trata.
El arco voltaico, el voltímetro y el voltio (unidad de potencial eléctrico) se deben al físico italiano Alessandro Giuseppe Antonio Anastasio Volta, quien recibió ese honor cincuenta años después de su muerte por haber desarrollado la pila eléctrica. El amperímetro, que mide los amperio (unidad de intensidad), evoca al físico francés Andrè-Marie Ampère, contemporáneo de Volta. Su descubrimiento revolucionó el mundo de las mediciones: Ampère demostró que la aguja magnética puede moverse al ser impulsada por una corriente eléctrica, es decir, dio los primeros pasos en el mundo del electromagnetismo.
En aquel terreno donde actuaba Ampère, el alemán Heinrich Rudolf Hertz avanzó muchísimos casilleros al establecer la forma de captar las ondas electromagnéticas. Nadie mejor que él para dar su apellido a la unidad de frecuencia: el hercio o los Hertz, más los populares megahertz. En cuanto al ingeniero escocés James Watt, es recordado en la unidad de potencia (el watt o vatio) por haber sido quién desarrolló la fundamental máquina de vapor y haber creado la medida denominada caballos de potencia.
Gabriel Daniel Farenheit perteneció a una familia de comerciantes ricos. Sus padres murieron cuando tenía quince años. El joven se instaló en Amsterdam y trabajó como soplador de vidrio. En 1714 creó el termómetro de mercurio y tiempo después desarrolló una nueva escala de unidades de temperatura que terminó llevando su apellido.
Los decibeles, por su parte, son una medida de intensidad acústica. La unidad es el belio, nombre que rinde homenaje a Alexander Graham Bell, el inventor del teléfono. O al menos eso se pensó cuando se bautizó esta medida. Porque hoy muchos sostienen que quien en realidad lo inventó fue el italiano Antonio Meucci, radicado en Nueva York. Meucci cistalizó su idea en 1854, con el único objetivo de mantenerse en contacto con su mujer, Ester Mochi, postrada en la cama. Lo presentó en sociedad en 1860 y lo llamó teletrófono. Por falta de dinero, no pude patentarlo. Hace algunos años, el Congreso de los Estados Unidos reconoció la paternidad del desamparado Meucci. De todas maneras, los decibeles siguieron siendo decibeles.
Luigi Galvani inventó un aparato para calcular la intensidad y determinar el sentido de una corriente eléctrica: el galvanómetro; pero además lo recordamos en el verbo galvanizar, que consiste en colocar una capa de metal sobre otro mediante una corriente eléctrica. Un matemático francés, Rene Descartes, impuso un nuevo método de raciocinio, al que llamamos cartesianismo (Cartesius era el nombre latino de Descartes). Monseieur Rene planteaba que para avanzar en el conocimiento había que tomar un punto de partida, como el que vemos en el centro de los ejes cartesianos. Samuel Finley Breese Morse, un talentoso pintor con conocimientos de electricidad adquiridos en la Universidad de Yale, entendió las ventajas de interrumpir una onda eléctrica, posibilitando un sistema de comunicación. Gracias a su ingenio, el mundo disfrutó de los beneficios del telégrafo. Morse y Alfred Vail diseñaron un alfabeto, el primero lo patentó y asó nació el Código Morse.
Un accidente privó de la vista a Louis Braille cuando tenía tres años. En el Instituto Nacional para Jóvenes Ciegos, de Paris, conoció en 1820 el sistema que había creado el ex capitán de artillería Charles Berbier. Se trataba de un método para que los soldados pudieran leer a oscuras en las trincheras, mediante el tacto. El invento fue presentado a los alumnos para que examinaran las posibilidades de ponerlo en práctica. La mayoría planteó dificultades y, a partir de allí el joven alumno Braille (tenía doce años) trabajó en su perfeccionamiento. Tres años le demandó la tarea, pero por fin presentó, con la aprobación de sus pares, el ya clásico método de lectura que emplean los ciegos.
Fuente: Daniel Balmaceda. Historia de las palabras. Buenos Aires. Sudamericana, 2011.