La Revolución de Mayo de 1810. Lo inolvidable no puede ser pintado (II)

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No contento con habernos desentrañado el aspecto artístico desde lo económico, para finalizar, Joaquín Sanguinetti (Fac. Derecho), nos explicará la razón por la cual demoró un siglo la representación visual de la Revolución de Mayo. Se decidieron los héroes merecedores de este suceso...

¿Por qué no hubo pinturas de la Revolución de Mayo hasta 1910? Ya exploramos las posibles causas económicas y artísticas, pero no obtuvimos respuestas. Nos queda una explicación sobre la conciencia política de los argentinos en el siglo XIX, y tratar de desentrañar qué pensaban de las figuras revolucionarias que  protagonizaron el proceso revolucionario.
La hipótesis que puede explicar esta ausencia es que no existió, sino hasta la primera década del siglo XX, un consenso generalizado en las elites y en el pueblo sobre cuáles debían ser los héroes a retratar, ni tampoco los momentos históricos que debían ser pintados. Es decir, que hoy tengamos a Mariano Moreno, a Cornelio Saavedra y a Juan Manuel Belgrano como las figuras más recordadas por el público, no significa que los argentinos de hace dos siglos pensaran lo mismo.

Las fiestas mayas que, como decíamos en el apartado anterior, constituían un recordatorio popular del día en que comenzamos a independizarnos de España, nunca fue en el siglo XIX la celebración de un personaje político particular por encima de otros muchos que hicieron posible la promesa de la Argentina.
En definitiva, esta hipótesis nos lleva a realizar dos semblanzas que nos permiten repensar nuestro presente desde el pasado. La primera es que desde los orígenes de la nación vivimos condicionados por el debate político, lo que llevó a varones y mujeres del siglo XIX honrar la memoria de Mayo, no a través de la veneración de personajes, sino festejando los símbolos de la revolución. La segunda, que las fiestas populares representan mejor el espíritu democrático americano que una pintura, pues mientras en una puede participar gran parte de la ciudadanía en un mismo momento, en la otra, sólo pueden disfrutarlo algunos, y en distintos momentos. Es una simple cuestión de formato. Casi sin quererlo, aprendimos ya en el siglo XIX que la República no puede ser llenada con ningún nombre propio.